miércoles, 8 de agosto de 2007

Un robot cirujano opera la próstata

Sociedad
SE LLAMA "DA VINCI S"
Canadá: un robot cirujano hará operaciones de cáncer de próstata

Un hospital canadiense incorporará, desde setiembre, un robot quirúrgico para asistir a los cirujanos durante las operaciones de cáncer de próstata. Da Vinci S, como fue bautizado, costó 4 millones de dólares y es el instrumento quirúrgico tecnológicamente más avanzado que se conozca.

"Los robots son el camino del futuro para la cirugía y esta incorporación nos permitirá llevar el cuidado del paciente a un siguiente nivel", explicó Michael Hobart, uno de los primeros urólogos del hospital Royal Alexandra de Edmonton de Canadá, entrenados para usarlo.

Da Vinci S mide 1,60 metro de alto, pesa mil kilos y tiene 4 brazos: uno equipado con una cámara que transmitirá imágenes 3D y otros tres con instrumental. Los cirujanos podrán supervisar la intervención desde una pantalla y obtener imágenes ampliadas y de alta resolución del campo quirúrgico, lo que les permitirá manejarse con mayor grado de precisión en espacios pequeños.

Pero ¿la máquina reemplazará al hombre? El cirujano Hugo De Simone, explicó a Clarín: "El cirujano maneja información cualitativa, es flexible, puede modificar el plan de acuerdo a lo que encuentra y tiene coordinación ojo-mano. Pero también tiende a temblar y cansarse, es susceptible a la infección y tiene una exactitud geométrica limitada. El gran adelanto de los robots es que no se cansan, pero no es ciencia ficción: todos los sistemas requieren la adaptabilidad y el juicio de un cirujano".

El robot cuesta 4 millones de dólares. La inversión le permitirá al hospital que las operaciones sean más dinámicas y que sus pacientes tengan tiempos de recuperación más breves, además de elevar la calidad de las intervenciones.

(http://www.clarin.com/diario/2007/08/08/sociedad/s-03501.htm)

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El doctor Leo Da Vinci-S, graduado en una ferretería del barrio, está debutando como cirujano en una operación de próstata.

“Oye Leo”, le dice su asistente Michael Hobart, “¿podrías correr tus cuatro manazas y tus cuatro millones de dólares, que ni siquiera puedo ver la camilla”?

“Espera Michael, que estoy apartando una cosa que se mueve para sacar la próstata”, contesta el robot en perfecto lenguaje quirúrgico.

“Está bien pero apúrate, que los muchachos quieren tomar un café, saca de una vez la próstata y listo”, se enoja el urólogo.

“Paciencia muchacho, y dejen de mentir a la prensa diciendo que soy un mero asistente y el control de la operación lo siguen teniendo ustedes. Allá veo en la cabina a tres salames disfrazados de cirujanos que miran tranquilamente la operación en los monitores mientras yo soy el único que trabaja y asume los riesgos”, se enoja Leo mientras la ira le hace temblar una de las manazas.

El urólogo se calla porque teme que Leo se equivoque y, por ejemplo, saque el corazón en lugar de la próstata o ponga la rodilla izquierda en el lugar del hombro derecho.

“Era una broma, Leo, ¿necesitás algo?”.

Sí, alcánzame una gasa y la tijera 45. Y no me jodas más cuando estoy operando, es la última vez que te lo digo. ¿O querés ver si los robots podemos cansarnos, enojarnos por la desidia de la patronal que apenas nos lubrica y mandarnos a mudar?

Presa de la desesperación ante la posibilidad de tener que trabajar como antes, Michael le alcanza las cosas y guarda silencio.

A ver qué cosita tenemos por acá”, dice Leo mientras levanta un metro de intestino hasta la altura de la lámpara.

Oye, Michael, acá hay una micro-tuerca, ¡qué emoción, este tipo puede generar robotitos!”, se entusiasma Leo.

“No había querido decírtelo pero es la verdad: nosotros también somos robots, por algo los hicimos fabricar a ustedes. El cuerpo que estás operando es una especie de mecano sofisticado, nada más”, reconoce Michael algo apesadumbrado pero medido, con una emoción del 10%.

“¡Vete al carajo, impostor de mierda, hijo de mil puta! Ya mismo me vuelvo a la ferretería y no vuelvo más”, y se va dando un portazo con toda la furia del mundo.

Entonces los tres cirujanos que miraban por el monitor bajan precipitadamente, se unen a Michael y tratan de terminar como pueden la operación.

“¡Qué poco sentido del humor tiene ese aparato, el apodo que le pusimos le queda muy grande!”, dice Michael, evitando la mirada furiosa de sus colegas.

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