lunes, 6 de agosto de 2007

La agonía de los dinosaurios

Sociedad
CONCLUSION DE UNA VETERINARIA Y UN PALEONTOLOGO DE LOS ESTADOS UNIDOS
Una nueva teoría sugiere cómo fue la lenta agonía de los dinosaurios

Por los fósiles hallados con el cuello hacia atrás, creen que habrían muerto por asfixia.

A la veterinaria Cynthia Marshall Faux le interesó saber si la postura en que, por lo general, se encuentran esos huesos fosilizados (con el cuello torcido, hacia atrás) tenía alguna relación con el tipo de muerte que habrían padecido los dinos. Curiosa y decidida, se reunió con Kevin Padian, un destacado paleontólogo que estudia ése y otros temas desde hace varios años, y es director, además, del Museo de Paleontología de la Universidad de California, en Berkeley.

Hasta ahora, la teoría oficial consignaba que esa posición (tan común) del cuello hacia atrás se debía a que los dinosaurios murieron en el agua, y que las corrientes hicieron flotar sus huesos hasta alcanzar esa postura; o que la rigidez cadavérica torció los tendones y los ligamentos de sus miembros.

Con esa teoría se explicaba la posición. Pero la doctora Marshall Faux quiso saber más y siguió investigando. Llegó a la conclusión de que había un porqué que no se relacionaba solamente con el agua. Según su explicación, los dinosaurios que fueron hallados así habrían padecido traumas cerebrales, meningitis, hemorragias severas y envenenamiento. Su muerte, entonces, sobrevino con terribles, prolongados e insoportables dolores.

Para Padian, los dinosaurios padecieron daños en los nervios centrales. Y eso les dañó el cerebelo. Gigantes o pequeños, dominaron el mundo durante 180 millones de años, pero no pudieron escapar a una agonía que no se le desea a nadie. Sufrieron fuertes dolores y murieron, poco a poco, en su ley.

(http://www.clarin.com/diario/2007/08/06/sociedad/s-03601.htm)

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Cansados de ejercer el poder durante 180 millones de años, algunos dinosaurios empezaron a pensar en la jubilación o retiro voluntario.

“Vamos Rex”, dijeron el resto de los dinosaurios a su Tirano, “ya hicimos todo lo que se puede hacer y las cosas han cambiado: nos comimos al planeta entero, los bosques y las praderas desaparecieron adentro de nuestras bocazas al igual que la mayoría de los animales. Ya no tenemos nada que hacer aquí salvo empezar a comernos entre nosotros”.

“Bueno, estoy de acuerdo, pensemos cómo podemos retirarnos honorablemente”, contesta Rex a disgusto pero abrumado por la realidad.

“Ese es el problema, su Majestad, casi no nos queda cerebro porque sólo lo usamos para arruinar al planeta, consumir, dominar, conquistar y destruir a los otros. La idea de migrar a otros planetas es imposible, no tenemos con qué”, le dice el jefe de los científicos.

“¡Ustedes no sirven para nada y juro que son los primeros que van a desaparecer, voy a consultar al Cardenal Dinobueno y listo!”, exclamó furioso.

El cardenal interrumpió sus rutinas piadosas y le explicó que sólo quedaba encomendarse al dios que los protegía desde el comienzo de los tiempos pero que el final ya estaba escrito en el Apocasaurio, y le recomendó que pusiera a rezar a todos los dinosaurios del planeta.

“¡Es increíble, nunca previmos esto, odio a todos los religiosos y científicos que mantuvimos inútilmente con las mejores presas, y también me odio a mi mismo por idiota!”, rugió Rex enteramente furioso y descontrolado.

“Tal vez podamos poner una consultoría para los que hereden el poder”, le sugirió un economista emergente, “después de todo tenemos 180 millones de años de experiencia en el manejo de este planeta”.

“¡Vete al carajo!”, fue toda la respuesta.

Así que los dinosaurios fueron aprontándose para el final.

Y se encerraron en las grandes ciudades que habían construido para perecer en ellas mirando su ocaso por televisión, al tiempo que aniquilaban a los millones y millones de semejantes que migraban desde los espacios abiertos, devastados por inundaciones y otras catástrofes que ellos mismos habían desatado por imprevisión.

No somos tan inteligentes como creíamos”, reflexiona amargamente Rex con sus amigos más cercanos.

“Nos encegueció el poder y la ambición, inventamos falsos dioses y destinos esplendorosos sólo para justificarnos”, decía uno de ellos durante su agonía.

No importa, les aseguro que volveremos y seremos millones”, alcanzó a gemir Rex, justo antes de morir.

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