domingo, 9 de septiembre de 2007

Difunden por error información secreta del primer ministro

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17:12 Difunden por error información secreta del primer ministro británico

Enviaron detalles de los viajes y movimientos de Gordon Brown al celular de un estudiante. Los mensajes, que debían ser recibidos por sus asistentes, revelaban datos precisos sobre dónde y cuándo estaría el premier en los próximos días. Scotland Yard lanzó una investigación interna sin precedentes para determinar las causas de la filtración.

Tom Dyer, de 19 años y oriundo del condado de Pembrokeshire (norte de Inglaterra), le contó al diario inglés The Sun que recibió en su teléfono celular cuatro mensajes de voz y uno de texto, en el que se detallaban los planes específicos de viaje y movimiento de Brown.

Los mensajes, que debían ser enviados a los asistentes del primer ministro, daban información precisa sobre dónde y cuándo estaría el premier en los próximos días, y acerca de un viaje en tren que iba a realizar Brown. Esa información es altamente confidencial, debido a posibles atentados terroristas contra la figura del premier, explicó el Sun.

Tras el error, un vocero de Scotland Yard declaró que un guardaespaldas "cometió un error sin quererlo". El Sun informó que Brown iba a viajar el 6 de septiembre desde la estación de tren de Paddington, en Londres, a Bristol. Los mensajes detallaban la plataforma, hora del tren, número de vagón y la hora exacta en que iba a llegar a destino.

El periódico londinense informó que aunque el viaje del primer ministro se realizó sin problemas, si los mensajes hubieran caído en otras manos, la seguridad de Brown "habría estado en serio peligro".

El detective que envió los mensajes, que debían ser enviados a una asistente del premier llamada Emma, también dio a conocer su propio número de teléfono, otra falla en los planes de seguridad y policiales. Por su parte, Dyer, un estudiante de derecho, declaró al Sun: "No podía creer que este hombre hubiera dado tanta información". "Debió haber discado mal y volvió a mandar los mensajes a ese número equivocado en lugar de controlar el número", agregó.

(http://www.clarin.com/diario/2007/09/08/um/m-01495157.htm)

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Harto de hacer todo bien y no equivocarse nunca, el detective tramó el comienzo de una novela policial con final abierto.

Eligió a Tom Dyer, un estudiante de derecho, y le envió mensajes que sólo deben conocer algunos, muy pocos, razón por la cual son importantes Secretos de Estado.

De manera que no fue extraño que el primer ministro fuera esperado por una cantidad de parroquianos desocupados, viejos y chicos que prefirieron faltar al colegio para ver de cerca a su primer ministro, pedirle un autógrafo y después contárselo a todo el barrio.

Poco acostumbrado a efusiones populares, Gordon Brown (el primer ministro en cuestión, por si no lo sabían) reaccionó con alegría: “¡Que popular que soy!”, dijo a sus asistentes, “esto me llena de orgullo y avala mi gestión”.

Pero después entró en pánico, cuando un asistente le mencionó al oído las palabras “Bin Laden y Al Qaeda”, y entonces reaccionó como un primer ministro de verdad: ordenó a sus guardaespaldas que despejaran inmediatamente la zona y vivió con zozobra lo que le quedaba de viaje hasta llegar a Bristol.

Y lo que era una simple visita oficial se transformó en horas terribles y penosas: clausuró sus actividades, mandó un doble a ceremonias protocolares y exigió al Servicio Secreto que lo ocultara hasta volver a su bunker de Londres por caminos secretos y tortuosos (como debe hacer un verdadero primer ministro), donde al fin respiró tranquilo.

Solo que los habitantes de Paddington, avisados por Tom, no entendían nada: ¿por qué su primer ministro, que primero había reaccionado con tanta alegría, luego los hacía desalojar con gases de la estación de tren? ¿Acaso no se había puesto muy contento al verlos?

Y los de Bristol igual: ¿Por qué el primer ministro estaba tan callado y rompía la tradición de decir algunas tontas e insignificantes palabras durante el acto público?

Esas pocas palabras los hubieran hecho felices, hubieran terminado de oficializar su presencia, ¿por qué extraña razón se había negado a pronunciarlas?

Nadie entendía nada y tampoco Tom, el dueño del celular adónde fueron a parar los mensajes secretos. Luego de su primer alegría al recibirlos y contarles a los del barrio también entró en pánico, igual que Gordon Brown.

“¿Qué estarán tramando con mi vida?”, se repetía una y otra vez asustado por las consecuencias de la equivocación. “¿O no es un error y mis minutos están contados?”, pensaba al borde de un ataque de pánico.

Mientras tanto, el detective que había hecho las llamadas, repetía la misma secuencia que Tom Dyer y Gordon Brown: primero estuvo al borde de un ataque de risa, pero después entró francamente en un desesperado acceso de terror, temiendo por su vida con toda la razón del caso.

Pensándolo bien es mejor aceptar que simplemente se equivocó.

Y que cada uno se haga su película.

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